miércoles, 5 de agosto de 2015

CRUSHED: el año en que descubrí lo que era enamorarse

A la entrada del primer colegio, el primer día de clases
El Saint Gabriel's School era enorme. Sus edificios, sus patios, sus portones... a los seis años, caminar por el patio de básica y mirar alrededor era darte cuenta de que eras un punto infinitesimal en un espacio gigante e imponente.

Seis años. A esa edad lo descubrí: lo espantoso que es enamorarse hasta las patas. Y a él. Felipe se llamaba, todavía me acuerdo. Tenía la nariz finita y respingada y el pelo de un color rubio arena, los ojos azules y un tono tostado en la piel. Era como una mini copia de un surfer australiano. Era varios, terribles años mayor que yo. Era lo más hermoso del furgón escolar.

Siempre éramos los mismos, en la tarde al final de las clases; siempre el mismo camino y las mismas bromas. En segundo básico fue cuando me habló por primera vez, yo estaba sentada detrás de él y le había sobrado algo de colación (estoy casi segura que unas galletas, o un superocho), y se dio vuelta para ofrecérmelo. Casi me morí. A los 6 años, que lo más lindo y parecido al Ken que me regaló mi papá supiera que existo era un acontecimiento de proporciones, no sé cuánto me demoré en reaccionar "¿Yo? ¿En serio? Yo... Gracias!" y me sentí estúpida por contestar tan corto y no preguntarle más cosas aprovechando nuestro primer contacto directo. El resto del camino lo pasé petrificada en el asiento haciendo durar lo más posible su ofrecimiento (si tenía papel, que no me acuerdo, seguramente lo guardé en alguna parte como un tesoro sagrado).

El colegio era tan monstruoso que encontrar a alguien en las horas de recreo era casi imposible. Pero cuando lo divisaba por casualidad volviendo a la sala o jugando fútbol, automáticamente era ése el mejor día de la semana. Nunca le conté a mis amigas, ni a mi mejor amigo. Antes de que nadie lo supiera, tenía que entender yo qué era eso que me pasaba con este ser humano.
Todos los días, sagradamente, me sentaba en la segunda fila de asientos del furgón escolar. Esperando a que entrara y me viera. Esperando a que no viera nada de mí. Rogando que le hubiera sobrado algo para compartirlo de nuevo. Sólo cuando salía tarde después de ballet osaba sentarme en su puesto en la fila de adelante.

Sus compañeras tenían las piernas largas, eran mayores igual que él. Mini Barbies. Cómo yo mamarracho iba siquiera a ser visible. Usando el buzo (una talla más grande, "para que creciera") dos veces por semana, con mi pelo enrulado y castaño oscuro y mis dientes gigantes en proporción a mi cara. Con mis sueños de ser comediante cuando grande y no modelo, como mis amigas. No era femenina, me gustaba agarrarme a combos y contar chistes y le había aprendido todos los garabatos a mi papá. Y leía mucho, y cuando descubrí la biblioteca pasó a ser mi lugar predilecto donde pasar la hora de almuerzo. No iba a competir, no podía.

Un día, parte de su curso vino a mi sala a presentarnos una obra que habían preparado "para los más chiquititos". Nos sentaron en el suelo y cuando lo vi entrar se me abrieron tanto los ojos y me puse tan roja que no sé cómo nadie pensó que me estaba dando un ataque. Alargaba el cuello tratando de ser más alta "ojalá me vea, ojalá me vea, ojalá me vea..." intentando disimular seguí cada uno de sus movimientos, estuviera en escena o no, poniendo mínima atención a nada más. Si miraba hacia nosotros, un retortijón espantoso me daba vuelta la guata y más roja me ponía. Al terminar, un compañero gritó una broma sobre el nombre de la obra, le di un puñetazo y me retaron, y quise esconderme y desaparecer.

Un día, dejó de irse en el furgón. lo busqué por todos lados en el colegio, pero tampoco estaba. Y me daba una vergüenza terrible preguntar a dónde se había ido. Lo busqué semanas. Probablemente se cambió. Sentí lo que era terminar algo por primera vez. Sentí lo que es el final de algo que nunca hubiera sido, pero que terminaba. Ya no tenía nada que esperar sentada en la segunda fila de asientos. Pero estaba segura de algo: un día yo sería mayor también. Y podría ser una niña en uniforme con piernas largas y dientes bonitos, y encontrar a alguien de mi edad para ese entonces, y compartir superochos. Y que eso, eventualmente, terminaría. Y que cuando las cosas terminan, duele, aunque haya sido nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario