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Los amores de mi vida |
El viejo habrá tenido entre cincuentaymuchos y pasados los sesenta, y me miraba con expresión irónica y su dedo sobre mi modesta cajita de cereales Adelgazul con hojuelas & frutas. Me sentí pasada a llevar casi de inmediato, no tanto por lo que le importe a él mi peso y lo que me eche a la boca, como por el tono burlón en que fue capaz de hablarme. Como pude me recompuse y lo único que se me ocurrió responder dio paso a un diálogo más o menos así:
-No, caballero, es que no tienen azúcar.
-Já! Esque el azúcar engorda, y tú quieres ser flaca.
-No, usted no entiende, éstos me gustan y tenía que dejar el azúcar porque...
-A mí me gusta, me encanta el azúcar. Mejor que te guste éste - e indicó un helado de chocolate que estaba por pagar -A mí me encanta.
-Pero yo no...
-Jajajajaa! Tú quieres ser delgada, eso te pasa.
Y el muy infeliz se dio vuelta, algún otro comentario hizo y se fue después de pagar a la cajera. Me sentí cuando menos, violentada. Y me dio rabia conmigo y mi "respeto a la gente mayor" por no haberle escupido algo más defensivo a la cara, como que a él qué le importa que yo, o cualquier mujer coma o deje de comer. Como que le importe acaso mi talla, peso y tipo de contextura, que se vaya a la cresta y ahí se quede mejor. Pero no pasó nomás.
Eso me dejó pensando